Hola, mamás. Quiero compartir con ustedes la historia de mi parto, un momento tan único y lleno de emociones. Todo comenzó el 4 de junio de 2023. Esa tarde, mientras estaba en casa, doblando la ropita de mi bebé —que había lavado y planchado con tanto amor—, no imaginaba que el inicio de mi trabajo de parto estaba más cerca de lo que pensaba.
La verdad es que no había tenido síntomas claros que me indicaran que ya era el momento. Solo unas molestias ligeras, como esas que sientes justo antes de que te baje la regla. Pero en ese momento, estaba tan inmersa en los preparativos, como muchas mamás hacen en su “instinto de anidación”, asegurándome de que todo estuviera listo para recibir a mi pequeña.
Esa noche, mi suegra me llamó para ver cómo estaba. Me dijo que debía descansar porque el momento podía llegar en cualquier instante. Tenía 38 semanas, así que sabía que estaba muy cerca. Después de nuestra charla, noté que empezaron a llegar unos cólicos leves. Eran tan sutiles que no quería pensar que podría ser algo más, así que decidí no hacerme muchas ilusiones y continué con mi día.
Esa madrugada, cuando me levanté para ir al baño, noté un poco de sangrado marrón. Recuerdo lo que pensé: “Esto puede ser el tapón mucoso”. En mis clases prenatales me habían explicado cómo puede iniciar un parto, y aunque Hollywood nos vende la idea de que siempre se rompe la bolsa de agua y todo es un caos, en la realidad, hay mil maneras en que esto puede suceder.
Así, le mandé un mensaje a mi doctora, quien me recomendó que descansara y que la mantuviera informada. Al día siguiente, fui a hacerme una ecografía para asegurarme de que todo estaba bien con mi bebé, y para mi alegría, todo estaba perfecto. Entonces, solo quedaba esperar.
Decidí tener un parto en casa, no en mi departamento, sino en la casa de mi doctora, que tiene una hermosa casa de partos donde se respira tranquilidad. Allí, rodeada de un equipo de confianza, me sentía segura. A medida que avanzaba el día 5 de junio, el dolor comenzó a aumentar. Aún podía caminar y hablar, pero estaba empezando a sentir que el trabajo de parto se estaba intensificando.
Llegué a la casa de partos, donde me examinaron, y vi que estaba en un estado de dilatación que me hizo darme cuenta de que me quedaba una larga noche por delante. Las contracciones eran intensas, pero no insoportables. A medida que avanzaba el tiempo, mi esposo y yo nos apoyamos mutuamente, buscando las mejores posiciones para manejar el dolor.
Recuerdo que cuando entré a la tina de agua, esperé que me relajara, pero mis músculos decidieron que era hora de tomarse un descanso, así que regresé a probar otras posiciones. Finalmente, encontré la que mejor funcionaba para mí: en cuclillas, apoyada en mi esposo, quien me sostenía con amor y fuerza.
Y aquí viene el momento que todas tememos, el «aro de fuego». Cuando estaba a punto de coronar a mi bebé, fue como si todo se encendiera. Sentí que todo se concentraba en ese momento, y fue ahí cuando recordé lo que había aprendido: respirar, concentrarme y empujar. Con cada contracción, yo y mi bebé trabajábamos juntas para traerla al mundo.
Cuando finalmente Morgana salió, fue un momento de pura magia. Recuerdo cómo abrí los ojos y la vi mirándome. Era como si todo el dolor se desvaneciera en un instante. La abracé, le dije: «Hola, mi amor, ya estoy aquí». Ella, con instinto, buscó mi pecho y comenzó a alimentarse.
Cada segundo de ese momento fue un regalo. En ese instante, todo el viaje valió la pena. Y aunque el camino no estuvo exento de desafíos, la alegría y el amor que me llenaron al tenerla en mis brazos superaron cualquier cosa.
A todas ustedes que están a punto de dar a luz, quiero decirles que cada experiencia es única, y que no hay una forma correcta o incorrecta de hacerlo. Lo importante es que se sientan empoderadas y acompañadas en este viaje. Confíen en sus cuerpos, en sus instintos, y recuerden que cada dolor, cada momento, vale la pena cuando tienen a su pequeño en brazos.
Con cariño, una mamá novata.