Durante mi adolescencia, aparte de ilusionarme con cada actor de Disney o de Nickelodeon, me acomplejé con mi cuerpo. Me miraba al espejo y me sentía rellenita. Soy una persona que come normal, y repito el plato si la comida me encanta. Sin embargo, como muchas personas, experimenté un cambio gracias a una ilusión real que llegó a mi vida. Me empezó a gustar un chico, me hizo sufrir, y mágicamente perdí peso, me mantuve delgada, sintiéndome bien conmigo misma. En ese momento solo pensaba en mantenerme así, mis alimentos eran desbalanceados. Pero con el paso del tiempo, volví a subir de peso, llevando un estilo de vida que no era saludable. Tenía una cercanía con las papas fritas, alitas broaster, aeropuerto, mis hábitos alimenticios eran todo menos equilibrados.
Con frecuencia, comía solo una vez al día, saltando comidas, o alimentándome de sopas instantáneas, ignorando las señales de mi cuerpo, bueno en ese tiempo no sentía absolutamente nada malo. La ignorancia por estar delgada me llevó a probar dietas extremas, convencida de que ese era el camino hacia la delgadez. En esos tiempos, yo permanecía sola en mi casa, vivía con mi papá, y él trabajaba todo el día. No le contaba nada, yo estaba en mi época de no hablar con nadie. Hasta que el tiempo paso, me mantuve con un peso normal.
Sin embargo, por mi desorden alimenticio, este año, el destino me dio un duro golpe. Fui diagnosticada con gastritis, causada por la bacteria Helicobacter pylori. Los dolores en la boca del estómago eran insoportables, madrugadas enteras sin poder dormir por el dolor que me causaba esa bacteria, las pastillas no eran suficiente para parar el dolor. Comencé a hacer una dieta libre de frituras, sal, ácidos. El dolor volvía, pero era más leve. Hasta que, mi padre enfermó y fue operado por emergencia. El estrés se acumuló y, con él, mi gastritis empeoró, dejándome con la duda del porqué me pasaba esto, no podía soportar dos dolores al mismo tiempo. Mi papá se debatía entre la vida y la muerte y yo estaba pagando el precio por no tener una buena alimentación. Gracias a Dios, mi padre está sano y salvo. Y yo estoy en tratamiento para mejorar mi condición.
Hoy, miro hacia atrás y me doy cuenta de que la sociedad y las redes sociales no solo promueve ideales de belleza poco realistas, sino que también promueve el tener una relación tóxica con la comida y con nosotros mismos. En este tiempo, he aprendido que la salud no es un número en mi balanza, ni un reflejo en el espejo. La verdadera salud implica cuidar de nosotros mismos de manera pulcra. A veces peco al pesarme en la balanza, pero luego recuerdo lo que pasé y no me acomplejo.
Nadie dice que las dietas son malas, si quieres hacerlo, hazlo, pero bajo la guía de especialistas, no debemos intentar hacer una dieta por nuestra cuenta. La comida es un componente vital de nuestra salud y bienestar. Descubrí que el camino hacia una vida saludable es dura, pero si nos esmeramos lo conseguiremos. Al final del día, lo que importa es cómo nos sentimos y cómo cuidamos de nuestros cuerpos y mentes. Es hora de hacer las cosas bien, acudir con los especialistas si queremos hacer dietas y si nos sentimos mal. Cuando uno está mal, el cuerpo te habla, te da señales, no esperes a que sea demasiado tarde.
Así que, si te encuentras atrapado en la misma trampa que yo, te animo a que reconsideres tus pensamientos y decisiones. No te dejes llevar por la presión externa. Tu salud merece ser cuidada con amor y atención, y nunca es tarde para hacer un cambio positivo.