Cuando el cuerpo se rinde, pero el pañuelo NO

Una crónica íntima —con fiebre, competencia y reflexión incluida— sobre toser entre zapateos, bailar con flema y recordar que, a veces, ni el aplauso más fuerte vale más que respirar sin dolor.

La semana pasada caí enfermo. Pasé el Día de la Madre en cama, y el cuerpo ya me venía avisando desde el miércoles: ojos hinchados, malestar general, esa pesadez que se instala sin pedir permiso. Pero uno insiste. Retorné de un viaje por Italia y Estados Unidos, con la maleta llena de historias y el cuerpo —según yo— listo para volver a competir en San Juan de Lurigancho, en el coliseo del Fe y Alegría N.º 25. Tres días de ensayo, una pareja que dudaba si yo hablaba en serio o si solo estaba floreando para librarme del compromiso. Y sí, quizá coqueteaba con otras, pero más pensando en futuros campeonatos.

Volver a ver a los amigos, rivales y familias fue suficiente. Competimos. Cuarto lugar. Un punto del podio. Digno. Salimos contentos. Subimos a la camioneta. Jully, mi reportera, y Antonella, mi fotógrafa, se animaron a comer un pollito a la brasa. Pero antes de llegar a la primera papita frita, Jully ya estaba con fiebre. Dijo: «Creo que no llego». A la semana, me tocó a mí. El famoso “bicho” decidió hacernos recordar lo frágil que puede ser hasta el más “preparado”.

Lo curioso es que no importa cuántos abdominales uno tenga, o cuánto zapateo cardiovascular realice: un virus te puede tumbar sin aviso. Me dolía todo, desde los pelos hasta los pensamientos. Los ojos hinchados, escalofríos de novela, fiebre puntual como el peor ex. ¿Era gripe? ¿Exageración? ¿Karma? Quién sabe. Solo sé que cuando quise entrenar para San Miguel 2025, sentía que me estaban pisando el pecho desde adentro.

Los síntomas me llevaron a leer un poco más allá de lo habitual. La Clínica Mayo recomienda que después de una infección respiratoria como la bronquitis, es vital retomar la actividad física de forma progresiva, enfocándose en ejercicios que estimulen la capacidad pulmonar como caminatas, respiración profunda o incluso danza moderada (sí, hasta eso). Además, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) sugiere mantenerse hidratado y evitar la automedicación excesiva, aunque, seamos honestos, el paracetamol y el jarabe de miel con eucalipto se convierten en religión marinerística cuando la voz no sale y el pecho no da más.

Para los curiosos o los que, como yo, han llegado a la farmacia murmurando con voz nasal, aquí algunos medicamentos de venta libre que ayudan con la gripe y sus variantes: analgésicos como ibuprofeno o paracetamol; antitusivos para controlar la tos seca; expectorantes para soltar lo que sea que vive en el pecho; descongestionantes nasales y antihistamínicos si el combo viene con mocos y estornudos. Lo aprendí a punta de receta y cucharaditas.

Durante el ensayo previo con mi nueva pareja —ya cuando supuestamente me estaba “curando”—, me encontré tosiendo como abuelo en invierno. Respiración entrecortada, ahogo controlado, flema con ritmo. Pero, aun así, hubo algo de alivio. Sudar. Respirar. Forzar con cuidado ese cuerpo que se resiste. La sensación de que, por más golpeado que uno esté, el sudor te devuelve algo de dignidad. Como si el cuerpo dijera: «ok, no estamos bien, pero tampoco muertos».

Esta historia queda como advertencia, pero también como abrazo. Para quien ha bailado con fiebre, para quien ha tenido que mentirle al cuerpo y decirle “vamos, una más”. Porque en este mundo marinerístico, donde todo brilla y suena bonito desde fuera, también hay días en los que uno zapatea con el alma cansada y los bronquios en huelga. Y aunque el pañuelo pese como si llevara plomo, igual se alza. Porque sí, el cuerpo se rinde… pero el pañuelo, no.

Autor: Francisco Bocángel Quijano

Soy Francisco "Francho" Bocangel. Apasionado al periodismo, los emprendimientos, a la playa, la música, la comida criolla, la comida marina, a bailar marinera y disfrutar de los buenos momentos junto a personas que gustan de un buen vino.

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