¿Alguna vez has sentido que tu cuerpo ya no puede más? Eran las 11:00 p.m. de un día cualquiera, salía de una jornada extenuante entre trabajos y estudios. Al subir al taxi para volver a casa, una ola de agotamiento me golpeó. Mi cabeza insistía en recordarme todo lo que aún me faltaba por hacer, y yo ya no sabía por dónde empezar.
Me senté en el asiento trasero y lo único que sentí fue un nudo en la garganta, el corazón contraído y cómo mis lágrimas salían sin permiso. No hubo algo específico que lo detonara, era un conjunto de todo: la presión, la autoexigencia, la culpa de sentir que no podía con todo… y también las palabras de mamá. Desde pequeña siempre me decía: «las mujeres somos fuertes y podemos con todo», creo que es una frase es un arma de doble filo, porque si bien te empodera para ser perseverante, también era un miedo constante de no bajar las expectativas que ella tenía sobre mí, y mi mismo miedo de no fallarle, fue en ese momento donde me rompí.
A veces, es solo la forma en la que el cuerpo nos dice: “basta, date un respiro, ya no puedo”. Y está bien. No somos máquinas. Esa noche, el chofer del taxi solo me miró por el retrovisor y guardó silencio. Al llegar a casa, me sequé las lágrimas y saludé como si nada. Mamá notó mis ojos, pero no preguntó. Al día siguiente, le pedí hablar. Le conté que me estaba esforzando, que a veces soy muy dura conmigo misma, que quiero hacerlo todo, pero también me canso. Ella me abrazó, me dijo que fuera a mi ritmo, que me amaba y que siempre iba a estar conmigo. Y eso me bastó. Espero que mi historia te recuerde, que no estás sola. Somos muchas las que vamos por la vida intentando con todo el corazón, aunque a veces duela. A veces, solo necesitamos una pausa, una mirada comprensiva o un abrazo que nos diga: “no tienes que poder con todo”. Gracias por leerme. Y si algo de esto te resonó, quédate cerca, que acá también hay espacio para ti.



